Síganme… o no… – Por Enrique M. Martínez

Síganme… o no… – Por Enrique M. Martínez
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El rechazo a la cadena nacional, a los gestos de Cristina, le sirvió a Mauricio Macri para ganar ajustadamente una elección. En el gobierno construyó el discurso de la pesada herencia y la corrupción generalizada que sólo le servirá para mantenerse en el poder si los votantes están mejor o creen poder estarlo. No parece ser la realidad de hoy.

 Por Enrique M. Martínez*

(para La Tecl@ Eñe)

 

La democracia política en Argentina tiene características delegativas muy definidas. No es participativa. Los electores depositan esperanzas, quejas, propuestas de variada precisión, en aquellos que eligen para las diversas funciones a las que se accede a través del sufragio, sin acompañar esa delegación con ninguna expectativa importante de ser partícipes de la ejecución, ni siquiera del control de los resultados.

Es un proceso iterativo que viene desde el fondo de nuestra historia. Lo saben los postulantes, luego elegidos, y lo consienten los electores.

La promesa de campaña, en consecuencia, es crucial para decidir. La perspicacia de los ganadores tiene que ver con interpretar en cada momento histórico cuáles son las promesas más receptivas para el clima social vigente.

En los tiempos más recientes, desde 1983, las elecciones se han dado en contextos de crisis y por lo tanto, los planteos más seductores han sido el orden institucional (Alfonsín), la recuperación del salario (Menem 1989), la honestidad (De La Rúa), el país normal (un casi ignoto Néstor Kirchner).

Todos ellos accedieron al gobierno en escenarios traumáticos, luego de escenarios políticos o económicos de crisis o de amenaza de crisis.

El recambio de Cristina Fernández por Mauricio Macri en 2015 se dio, sin embargo, en circunstancias inéditas. Cualquier análisis de mínima objetividad muestra que no había crisis económica ni política ni de ningún otro orden en 2015. Había simplemente un desgaste de la figura central de un proyecto de 12 años de ejecución, junto con la evidencia de algunas rigideces y debilidades instrumentales, que requerían ajustes.

Tan cierto es lo antedicho que la fuerza contendiente – Cambiemos – se concentró en aspectos personales y construyó algunos mitos como el de la corrupción generalizada, que el tiempo mostró como falso, debiendo destacar una y otra vez que había logros del gobierno a reemplazar que debían ser mantenidos y aún reforzados.

Con eso pudo alcanzar el pequeño margen con que triunfó en la segunda vuelta electoral y recibió la delegación de sus votantes.

En el gobierno, Cambiemos debió construir el discurso de la herencia recibida, que no era evidente antes de las elecciones, como lo fue en todos los recambios presidenciales anteriores. Se encontró así en la complicada situación de agigantar los problemas de 2015 y anteriores, y en tal caso, mantener o mejorar la condición al menos de sus votantes directos, si no ya de todo el país.

El punto que emerge con claridad luego de más de dos años de gestión es que hay incompatibilidad entre la búsqueda de objetivos económicos corporativos y/o personales de quienes gobiernan y el mantenimiento de razonable calidad de vida de los votantes de Cambiemos 2015, especialmente la clase media que se orientó por las formas más que por el fondo.

O ganan los bancos, las petroleras, gasíferas, exportadores de granos, multinacionales de medicamentos y otros monopolios u oligopolios, o se sostiene la calidad de vida de la clase media y los jubilados, que había sido reforzada apreciablemente por el gobierno anterior, por sobre los niveles de 2003.

El gobierno ha optado por su núcleo económico duro más cercano. Insiste en usar la delegación recibida para prometer un futuro mejor, que reemplazaría un presente claramente peor que el de 2015, para comparar con el cual la corta memoria comunitaria todavía alcanza.

Cambiemos está perdiendo la apuesta. El rechazo a la cadena nacional, a los gestos de Cristina, a su convocatoria juvenil selectiva, pudo servir para ganar ajustadamente una elección. Pero sólo serviría para mantenerse si es que los que delegaron a través del voto están mejor o creen poder estarlo.

No parece que sea la realidad de hoy o de pronto.

Más bien, a las promesas empieza a llamárselas mentiras. A las reiteradas afirmaciones de fe, se las somete a la crueldad de la caricatura.

En esta democracia que no termina de asumirse como participativa, donde entendamos en conjunto nuestros problemas y diseñemos soluciones acorde, se avecina un nuevo “que se vayan todos”, con toda la fragilidad que eso implica. Es lo que hay, a la vuelta de la esquina.

 

Buenos Aires, 27 de abril de 2018

*Instituto para la Producción Popular (IPP)

Fuente: http://lateclaenerevista.com/

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