Mucames o Ingenieres

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El mercado interno, norte de la ciencia y la tecnología en la salida de la crisis

Desde que asumió, el gobierno inflige un sistemático menoscabo sobre la infraestructura científico-tecnológica del propio sector público. La andanada junto al sonado exabrupto de la gobernadora bonaerense, María Eugenia Vidal, sobre las universidades públicas en el conurbano, tienen el mismo marco de referencia: el gobierno estratégicamente busca achicar el mercado interno. La actual crisis en marcha, destino necesario e ineludible de la política del gobierno, no disuade a responsables y partidarios, al menos a una porción de estos últimos, de continuar el tránsito por el camino al nadir. Al contrario, los reafirma en su convicción de que no han ido lo suficientemente lejos, lo suficientemente profundo. Encima, el ruinoso acuerdo en ciernes con el FMI, con el apoyo explícito de Tesoro norteamericano, momentánea e insólitamente los envalentona. Bajo estas circunstancias, tanto en lo que hace a la tendencia, y más aún en la despatarrada coyuntura, resulta impertinente mantener, con miras a ampliar, la infraestructura científico-tecnológica estatal, universidades incluidas. Implica más poder de compra de los salarios y la idea es menos poder de compra de los salarios. La sublimación de la antiecononomía.

Entre los ejes conceptuales alrededor de los cuales se articula la saludable resistencia a tal política, las cuestiones de los monopolios y de la dependencia tecnológica adquieren especial significado, por cuanto el cabal discernimiento hace a los intereses bien entendidos del movimiento nacional. Al respecto, en la orden del día no faltan los señalamientos a la voracidad de los monopolios; propios del capitalismo salvaje. Resulta difícil concebir cómo sería un capitalismo civilizado y no se conocen monopolios que hagan de la templanza su norma de comportamiento. Esto parece ser una invitación a convertir al movimiento nacional en campeón de la competencia perfecta.

Por ese sendero, más temprano que tarde, el infranqueable obstáculo de la realidad apea cualquier ensoñación. Y esa es una enorme. Lo pequeño no es hermoso. Además, es imposible. El capitalismo es salvaje por definición o no es. Con gentileza, Schumpeter lo expuso como proceso de destrucción creadora. Además, los monopolios en el capitalismo son como la humedad en la pampa. No es de esperar que la velluda frente encanezca ni tampoco la mínima disminución del tamaño de estos mamuts. Más vale actuar en consecuencia. Grandes y poderosos sindicatos y otros tipos de ONGs son el contrapeso democrático necesario para una economía en la que una sus principales leyes de funcionamiento es la de la tendencia a la concentración del capital. No llama a sorpresa que cuando los organismos internacionales del área económica y financiera ensalzan a las ONGs no solo obvian a los sindicatos y no los contabilizan en la especie, sino que además los maltratan.

Dependencia

La otra crítica al derrotero actual hacia el empequeñecimiento de la ciencia y la tecnología, se centra en que nos arroja a la hoguera de la dependencia tecnológica. Por contraste, se infiere que la correcta política anterior, en franca dirección hacia el mantenimiento y la ampliación de la infraestructura científico-tecnológica estatal, nos llevaba a la independencia tecnológica. Respecto a la independencia-dependencia tecnológica luce que se está a la búsqueda del elusivo paraíso perdido desde el infierno equivocado. En este mundo de 192 naciones, algunas más, algunas menos, no más de seis o siete países explican el 95 por ciento de las patentes. Y esto desde hace décadas. De manera que vienen a ser los únicos con capacidad para ejercer la autarquía tecnológica. Para el resto, entre los que nos encontramos, no es realista suponer que esa vía está disponible. Ni siquiera es realista para la generalidad de los países ya industrializados. Lo corrobora el saldo negativo de la importación y exportación de patentes en algunos países altamente industrializados de mediano porte. Por cierto, se trata en todos los casos de superávits o déficits de muy poca magnitud en términos del balance externo. Esto también es histórico.

Es de notarse que el mercado de la tecnología (compra y venta de patentes técnicas) es del tipo buyer’s market (mercado comprador). La voz inglesa alude a un mercado donde la oferta excede a la demanda. Entonces, los compradores tienen ventaja sobre los vendedores cuando negocian los precios. Esto contradice la dependencia tecnológica. Será por eso que un mercantilista tan ortodoxo como François de Forbonnais, que en 1754 observaba: “Es una ley extraída de la naturaleza misma de las colonias, que en ellas no debe haber ninguna cultura, ningún arte, que pueda ponerse a competir con las artes y las culturas de la metrópoli”, nunca pudo ver materializada su mezquina y miserable esperanza. Tampoco los insinceros mercantilistas actuales. Por caso, la mitad de la población mundial tiene hoy acceso a Internet. En la Argentina más del 80 por ciento, entre los más altos del mundo. Donde sí tenemos un problema es en la ciberseguridad. Los resultados del Índice Global de Seguridad Cibernética, publicado por la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT), organismo de la ONU, nos pone entre los más vulnerables del mundo. Esto debe tener muy preocupada a la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, aunque haya sospechas fundadas de en cuál sentido.

En tanto que valor de uso, la tecnología tiene similar importancia a la carne, el petróleo o el trigo. Pero sucede que en el capitalismo talla el valor. El valor de uso queda relegado. No obstante, sea cual fuera la importancia que se le quiera asignar a la tecnología, lo cierto es que el grado de dependencia de los bienes de primera necesidad o de las chafalonías más superficiales, está en función de tener o no tener fondos para erogar lo que se trate. A partir de allí, si a la dependencia tecnológica se la inscribe en el cuadro general de la dependencia, entonces, los primero que hay que advertir es que la dependencia proviene del subdesarrollo. Por lo tanto, la salida pasa por el impulso al desarrollo. En tal perspectiva, es menester no perder de vista que el consumo determina el ingreso de una sociedad. En tal andarivel, el problema de la tecnología se empadrona en la ampliación sostenida del mercado interno. Últimamente se alzan voces entonando una añeja letanía. El mercado interno es insuficiente, aleccionan. Y cómo no lo va a ser, si es precisamente la cosa a desarrollar. Imaginan todo tipo de alianzas para volver suficiente lo que no lo es por naturaleza. Pura fantasía. Las alianzas son clave, pero no hay que malversarlas pidiendo cosas que no pueden hacer, incluso impedir. El salario es el mercado y hasta nueva orden la lucha de clases es a escala nacional.

Al fin y al cabo, tras el lanzamiento de un producto nuevo se encuentra el diseño de una novedosa técnica que lo hace posible. Por lo general, es el volumen del mercado el que alienta y posibilita la destrucción creadora. El crecimiento siempre es por demanda. Así es como el grueso de las innovaciones son del tipo demand pull o need pull, esto es que provienen de la demanda del mercado. Donde pesan laboratorios e investigadores son en las innovaciones discovery push, (empujadas por los descubrimientos del laboratorio) que en los números finales resultan una ilustre minoría. Frente a esta realidad, la insuficiencia del mercado es lo que vuelve interesante, e ineludible, el concurso de la inversión externa vía las empresas multinacionales, porque lo que se instala es un planta industrial mercado en mano. Aunque resulta la única manera de resolver la contradicción, no se trata de esperar todo del efecto beatificante de la inversión externa. No hay tal cosa. Es la palanca para sacar de la inercia del estancamiento a la economía nacional, que es la que debe hacer el grueso del trabajo.

Transferencia

Si se acepta la óptica hasta aquí desenvuelta, lo que realmente vuelve importante la política científico tecnológica llevada adelante por etapas sucesivas desde 2003 y que el actual oficialismo amputa, no es su tendencia a la independencia tecnológica, que es una misión inútil por imposible, sino porque alentó la transferencia de tecnología. Retomarla, a partir de rehacer al alza el mercado interno es lo que promete alcanzar algún día un alto nivel tecnológico general que a su tiempo posibilite poner en algunos segmentos del mercado novedosas técnicas propias. Lo nuevo nace de lo viejo, es decir, de empaparse de la tecnología disponible para hacerla avanzar. Eso pinta como la verdadera autonomía tecnológica: ser parte del club que comparte cuantitativa y cualitativamente la misma tecnología.

La transferencia de tecnología no se produce cuando se asienta un emprendimiento. La transferencia tecnológica es una transferencia de conocimiento y habilidades, en consecuencia, de la educación de los argentinos. Por definición, la noción de transferencia implica que la técnica importada, supera el nivel tecnológico anterior de la Argentina. Justamente, es el nivel general de la educación nacional la que permite asimilar su incorporación. La transferencia es lo que posibilita aprovechar al máximo el aumento de la productividad laboral, incrementando de esta manera el ingreso nacional y, en consecuencia, solventar las necesidades de los argentinos. Esto es lo que, a su vez, genera las salidas laborales y las carreras locales para los técnicos nacionales. La tecnología está transferida cuando la tecnología originalmente importada es parte de la vida cotidiana de las diversas profesiones y oficios que la utilizan.

Esa vida cotidiana a la que se le va despejando el horizonte, puesto que el nivel de vida de los argentinos depende de los cambios en el componente salarial del ingreso nacional. Es que el nivel económico del país no lo cubica la relación valor agregado / número de empleados, sino la relación entre el componente primario de este valor agregado, la masa de salarios, y el número de trabajadores empleados. Esta relación depende de tres factores: del nivel de empleo, de la tasa salarial y de la composición orgánica del trabajo (proporción de trabajo calificado y altamente calificado con relación a la cantidad total de trabajadores). Determinado el nivel de empleo, el desempeño económico del país se expresa por el nivel general de los salarios y por la estructura de las calificaciones de nuestra mano de obra. Como los salarios por categoría profesional tienden a nivelarse, la mejora económica para los trabajadores proviene de ir escalando la gradación de las categorías profesionales existentes. Por eso, que la educación se vaya difundiendo en todas partes y la infraestructura científico-tecnológica haga su trabajo, que redunda en la profesionalización creciente de los trabajadores, conlleva en convertir a los elementos de esta política en los únicos factores de diferenciación y promoción cultural.

En un horizonte de muy largo plazo, el punto en disputa es vislumbrar si marchamos hacia una comunidad nacional articulada por mucames o por ingenieres. El presidente con su insistencia en el turismo y sus ventajas, que indudablemente las tiene, y en bajar los salarios, y la gobernadora, en apoyo, recomendando cerrar universidades, claramente optan por lo primero. Los buenos salarios de los mucames y el respeto que toda profesión merece, dependen de la abundancia de les ingenieres.

Fuente: https://www.elcohetealaluna.com/

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